miércoles, 26 de enero de 2011

Desde el mar...




I

San Antonio, Valdivia
" Félix Schell salió a las puertas del Fundo de San Antonio a recibir una encomienda enviada desde Hamburgo el Año Nuevo de 1927.
Era una pequeña caja de madera. Apenas un poco más grande que los jugueteros regalados por Tante Katerine cuando los niños de la familia enfermaban de peste cristal. La caja fue transportada desde el muelle de Valdivia a la intendencia de Pelchuquín por Albert Thater, quien llegó con ésta en su Ford Roadster rompiendo con el toldo las ramas de los árboles y tocando escandalosamente la bocina. El sol del mediodía calentaba las cuadras, el gallinero y parte de la huerta. La brisa se enroscaba entre los álamos del camino y sobre las aguas del río en donde flotaban unos patos adormilados. Al escuchar el automóvil por el camino de los aromos, Félix se apresuró a salir a la terraza y olvidó el saco en la percha. Era tanto el calor que la etiqueta berlinesa bien podía relajarse en el verano chileno. Cuando el viejo Albert le saludó solemne con un fuerte choque de tacones, Félix intuyó que el hombre era portador de una noticia formidable. El visitante entró al salón,  y Guacolda, quien le había visto llegar desde una ventana de la cocina, le ofreció una silla. Carlos Kätz, un primo lejano, acercó a su lado la suya.  Félix cerró las puertas del salón y dejó abierta de par en par la ventanería de la terraza trasera a través de la cuál se veía muy a lo lejos el campanario de la iglesia en San José de la Mariquina 
- ¿Qué se sabe de Luisa, don Alberto? - preguntó Kätz mientras prendía un puro y le cubría de una corriente de aire con su sombrero panamá.
- Lo mismo, nada después de la tormenta. Esa hermana tuya – suspiró Albert Thater dirigiéndose a Félix -.Y ahora esta caja que está a tu nombre.
“Esa afortunada hermana mía” pensó Félix, mientras recorría la última persiana y desaparecía detrás de ésta la iglesia construida por su padre medio siglo antes a la manera de las viejas capillas suabas
- ¿Dice que en agosto se envió la caja? ¿Por qué habrá tardado tanto tiempo en llegar?  - preguntó.
- El registro quedó en la aduana de Valparaíso - respondió Albert Thater acercando sus lentes como lupas a la tapa de la caja -. En Corral sólo se tiene el dato de que la caja fue enviada desde Hamburgo por la señorita Fanny Logan – dijo tras unos segundos de reflexión.
- ¿Te escribió Luisa sobre esta mujer? ¿Quizás en la última carta que te envió desde? ¿De dónde? - preguntó Carlos Kätz quien siempre manifestaba su preocupación por los  asuntos de la familia Schell.
-  Ceilán. No, no me suena para nada. Iré por unas pinzas. ¿Un trago don Alberto?
Félix prendió la bombilla y bajó las escaleras del sótano con una extraña sensación en el estómago. Dos años atrás había recibido desde Colombo un sobre con el sello de la Oficina Postal General de esa ciudad en el que Luisa enviaba una foto de ella acompañada por un hombre de estatura baja vestido con un traje claro. Querido Félix, le había escrito al reverso,  mi amiga Fanny Logan ha sacado esta foto en Colombo. El caballero es el señor Gerd Meems y estamos en la calle York. Te la envío junto con mi incondicional cariño. Ten la seguridad de que todo estará bien. Al principio no le dio mayor importancia a la nota, pero después pasaron unos meses y luego otros, y un día recibió un telegrama de la German North Lloyd Company en Adén donde se notificaba la desaparición de Luisa. Nunca se le vio descender de un barco, el Fulda, tras días de tormenta en el Mar de Adén durante la travesía de Colombo a Crater, y ninguna embajada europea o americana en el puerto árabe tenía noticias de ella. Se carece de una explicación subrayaba el telegrama que además, no proporcionaba el nombre de quien había solicitado esa investigación. 
Las insensatas ideas eran la especialidad de Luisa.
Una tarde de otoño, tres años atrás, ella extendió frente a la nariz de Félix el colorido afiche de la compañía de viajes trasatlánticos Hamburg Süd de Chile. La proa del Capitán Polonio rompía unas olas de policromía brillante sobre las cuales flotaban los nombres Buenos Aires, Montevideo, Santos, Río de Janeiro, Lisboa, Vigo, Bolonia,  Hamburgo.
-Me voy- le confesó con emoción. Sus mejillas estaban rojas. Tan rojas como la compota del frasco que se quedó sin cerrar en las manos de Félix.
Después fue cosa de unas cuantas semanas. Parecía como si ella hubiera pensado en todo, tiempo atrás. Quizás desde la muerte de Francisco, se figuró Félix, o desde la partida de Theo.  En todo caso, Luisa había hecho planes en silencio y él, creyendo saber todo de su hermana, no se había enterado de cosa alguna.

- ¿Qué pasa Félix? - le preguntó Guacolda, extrañada al encontrarle parado en la mitad de la escalera.
- Nada. Que por un momento creí necesitarla, ¿puedes creerlo? Pero ya estoy bien.
Carlos Kätz servía “cola de mono” por segunda vez en la copa de Albert Thater cuando Félix regresó a la sala. La caja se abrió con la primera presión de la pinza. La viruta en el interior se descomprimió liberada de la presión del embalaje. Félix la removió y extrajo un pequeño documento de no más de unos quince por veinte centímetros, encuadernado con una pasta de cartón verde y  al que dio vueltas entre sus manos. Entonces miró a los dos hombres que se veían tan perplejos como él y se encogió de hombros.
San Antonio, Valdivia
- Está escrito Reiseerinnerungen en la portada – dijo.
- ¡Ábrele!, ¿pero qué te pasa?- intervino Carlos con impaciencia.
Anna tocó la puerta. Entró con una tetera y panes untados con mantequilla recién sacados del horno. Al ver la caja abierta sobre la mesa interrogó a Félix con la mirada. Anna era una mujer discreta y tenía la extraña capacidad de enmudecer en los momentos adecuados; de hecho, pensaba ella,  así había logrado salir airosa de la mayoría de las crisis vitales.
Félix hojeó el cuaderno. Treinta y dos hojas escritas en alemán. 
- Martes, febrero de 1925. Mi querido hermano. Fue siempre mi deseo poder conocer el bello mundo y el destino hizo que se cumpliera mi anhelo - leyó.
- ¿Es una carta?- preguntó Albert que se había acercado a su costado.
- Son todas cartas. Miércoles, febrero de 1925. El barco no para de oscilar y la pequeña cama de este camarote no es suficiente para la trayectoria que toma mi cuerpo... ; Jueves, febrero de 1925. Tuve una casa en Adén..; Viernes...Fanny Logan pasó unas horas de esta tarde en mi camarote. Nadie sube ya al comedor y como las ganas de comer son pocas con el mareo, la tripulación se ha dividido para traernos a nuestros camarotes algunos bocadillos y agua...
- Están fechadas hace dos años. ¿No hay ninguna más reciente? - comentó Carlos Kätz.
- Sábado, febrero 1925...  No entiendo - dijo Félix limpiándose el sudor de la cara con un pañuelo y cerrando de golpe el cuaderno - . Mil perdones, pero iré a tomar un poco de aire. ¡Esto es tan inesperado! - y  salió del salón con el documento.
El silencio se apoderó del espacio.
- ¿No hay algo más en el interior de la caja que explique este envío?- preguntó Anna tras beber un poco de té y colocarse al lado de Albert .
Carlos revolvió la viruta de un lado para otro y sacó puñados de ésta. Finalmente movió negativamente la cabeza y metió con frustración  las manos en los bolsillos.
- Creo que es momento de que me retire- dijo Albert - . Anna, cualquier cosa que lleguen a saber de Luisa me lo harás saber ¿no es cierto? Veré en el puerto que puedo indagar de ésta señorita Logan. Kätz, ¡hasta pronto!
Albert Thater salió al pórtico y mientras subía al Ford Roaster alcanzó a ver a lo lejos que Félix caminaba rumbo al río con una fusta en la mano cortando a diestra y siniestra las hojas de los aromos."

Johanna Lozoya, Cartas de Adén, cap. I, 2009