miércoles, 15 de diciembre de 2010

JANE BOWLES

"Alva Perry era una mujer seria y reservada de ascendencia escocesa y española; tenía poco más de cuarenta años. Aún era guapa, pese a tener las mejillas demacradas. En particular, sus ojos eran de una belleza y una claridad extraordinarias. Vivía en casa de su tío, que se había dividido en apartamentos, o en cuartos de alquiler, como seguían denominándose en aquella parte de la región. La casa se elevaba en la empinada ladera de la colina boscosa que daba a la carretera general. Una larga escalera de cemento ascendía hasta la mitad de la loma, terminando poco antes de llegar a la casa. En un principio conducía a una central eléctrica, destruida tiempo atrás. La señora Perry había vivido sola en su cuarto desde la muerte de su marido, ocurrida once años antes; sin embargo, encontraba pequeños quehaceres para estar ocupada durante todo el día, y en cierto modo seguía siendo tan hacendosa en su soledad como un ama de casa entregada a su familia. 
John Drake, una persona igualmente reservada, ocupaba el cuarto debajo del suyo. Era dueño de su camión y trabajaba por su cuenta para compañías madereras, así com recogiendo y repartiendo cántaros de leche para una vaquería. 
En todos los años que habían vivido en la casa de la ladera, el señor Drake y la señora Perry sólo se habían dirigido saludos de lo más escueto. 

Una noche, el señor Drake oyó desde el vestíbulo los sonoros pasos de la señora Perry que, de manera inconsciente, había aprendido a reconocer. Alzó la vista y la vio bajar las escaleras. Llevaba un abrigo marrón que había pertenecido a su difunto esposo, y apretaba una bolsa de papel contra su pecho. El señor Drake se ofreció a ayudarla con la bolsa y ella titubeó, indecisa, en el descansillo. 
- Sólo son patatas - le explicó -, pero se lo agradezco mucho. Voy a asarlas fuera, en la parte de atrás. Hace tiempo que tenía intención de hacerlo. 
El señor Drake cogió las patatas y, con paso envarado, cruzó la puerta trasera y bajó la cuesta hasta llegar a un pequeño terreno raso que hacía las veces de patio en la parte posterior de la casa. (...)La señora Perry siguió al señor Drake, le dio las gracias y empezó a recoger ramitas con movimientos rápidos entre la linde de los árboles y la pocilga, cerca de la cual iba a preparar la fogata. (...)

- ¿Le gustan los placeres sencillos, corrientes? - le preguntó al fin [la señora Perry], en tono grave.
El señor Drake sintió un gran alivio de que ella hubiese hablado, y su rubor cedió. 
- Seria mejor que me diera una idea más clara de lo que entiende usted por placeres sencillos, y entonces yo le diría lo que me parecen - respondió solemnemente, haciendo una pausa cada pocas palabras, porque era tan concienzudo como tímido. 
- Placeres sencillos - empezó a explicar la señora Perry tras dudar un poco-, como los que se obtienen sin estar entre mucha gente o con comidas historiadas.  - Se estrujó el cerebro buscando más ejemplos-. Placeres sencillos como estas patatas asadas, en vez de bailes, whisky y orquestas... Como una merienda campestre, pero no de esas con mil cosas superfluas que acaban tirándose a una zanja porque no se comen. He visto tirar tartas a personas mayores porque sentían demasiada pereza para envolverlas y llevárselas otra vez a casa. ¿Ha visto usted esas cosas? 
- No, creo que no- repuso el señor Drake.
- Se desperdician muchas cosas - observó la señora de Perry.
- Pues a mí me gustan los placeres sencillos - dijo el señor Drake, deseoso de que su interlocutora no perdiera el hilo de la conversación. (...)

- Me marcho - dijo [el señor Drake]-, pero a cambio de las patatas, ¿le gustaría cenar conmigo en un restaurante mañana por la noche?
Hacía muchos años que no le habían hecho una invitación de ese tipo, puse se había apartado deliberadamente de la vida de la ciudad, y no sabía qué responderle.
- ¿Cree que debería hacer algo así? - preguntó.
El señor Drake le aseguró que debía hacerlo, y ella aceptó su invitación. (...)

La señora Perry cerró tras ella la puerta del restaurante y recorrió toda la estancia, atisbando en cada reservado en busca de su acompañante. Por lo visto, no había llegado todavía; de manera que eligió un cubículo vacío y se sentó en el banco de madera. (...) Llamó a la camarera y le pidió chuletas de cerdo; entonces llegó el señor Drake. La saludó con una sonrisa tímida. (...) El señor Drake recordó con intenso placer la patata asada delante del fuego, y sintió mucha más emoción de lo que había imaginado al volver a ver a la señora Perry.
Lamentablemente, la mujer no parecía impulsada a comunicarse con él, y al cabo de muy poco tiempo el camionero guardó silencio. Durante la primera parte de la cena, comieron sin decirse nada. El señor Drake había pedido una botella de vino dulce, y cuando la señora Perry terminó el segundo vaso, rompió a hablar. 
- Me parece que en los restaurantes le engañan a uno. 
A John Drake le gustó que hubiera hecho algún comentario, aunque fuese poco cortés. (...) 
- ¿A qué hora pasa el autobús por aquí? - pregunto [la señora Perry] con una voz que ya era notablemente alta.
- Si realmente quiere saberlo, me puedo enterar. ¿Hay alguna razón por la que quiera saberlo en este momento?
- Tengo que irme a una hora conveniente para levantarme mañana temprano.
- Pues no faltaba más, cuando quiera marcharse la llevaré a casa en el camión, pero confío en que no quiera irse todavía.
Se inclinó hacia delante y estudió inquieto el rostro de la mujer.
- Tengo que ir a casa de todos modos - le contestó con displicencia -, y lo mismo da ahora que luego.  (...)"


Jane Bowles, Placeres sencillos, 1966
Jane Bowles, Dos damas muy serias & Placeres sencillos, prólogo de Truman Capote, Barcelona, Anagrama, 2010. ISBN 978-84-339-7589-8

...
" Debe de hacer siete u ocho años desde que vi por última vez a esa leyenda moderna llamada Jane Bowles, y tampoco he sabido nada de ella, al menos directamente. Pero estoy seguro de que no ha cambiado; de hecho, algunos viajeros que han estado recientemente en el norte de África, y que la han visto o se han sentado con ella en algún sombrío café de la kasba me han dicho, y estoy seguro, que Jane, con su cabeza como dalia, con su corto pelo rizado, su nariz respingona y sus ojos de un brillo malicioso, y algo alocados, con esa voz suya tan original (un áspero soprano), sus ropas de muchacho, su figura de colegiala y su leve cojera, es más o menos la misa que era cuando yo la conocía hace más de veinte años: ya entonces evocaba al golfillo eterno, tan atractivo como el más atractivo de los no adultos, y sin embargo con una sustancia más fría que la sangre corriendo por sus venas, y con un ingenio y una sabiduría excéntrica que ningún niño, ni siquiera el más extraño wunderkind, haya poseído jamás".

Truman Capote

" A pesar de su escasísima obra narrativa - tan sólo la novela Dos damas muy serias y el libro de relatos Placeres sencillos -, la figura de Jane Bowles ("esa leyenda moderna", como la calificó Truman Capote) se ha ido agigantando en los últimos tiempos, convirtiéndose en una "figura de culto" en el mundo anglosajón y en sus diversas traducciones. Su prestigio entre los mejores escritores de su tiempo se remonta a los inicios mismos de su carrera literaria, cuando publicó Dos damas muy serias, saludada por Tennessee Williams como "mi libro favorito" y por alan Sillitoe como "un hito en la literatura norteamericana del siglo XX".

Editor Anagrama



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