Un mundo desamparado por los dioses
comentarios sobre la novela
Johanna Lozoya (2014), Los crímenes simples, Chile, Ceibo Ediciones.
diciembre 2014
por Ernesto Alcocer
Que gusto estar celebrando con
ustedes en la fiesta del libro más importante de habla hispana, la nueva novela
de Johanna Lozoya, Los crímenes simples y también celebrando juntos la cultura,
que es lo único que nos puede salvar de la barbarie de Ayotzinapa, de Tlatlaya
y de muchas otras historias trágicas que se viven en este país.
En esta que es su segunda novela,
Johanna Lozoya nos conduce por un arriesgado andamiaje narrativo que construye
con la paciencia y meticulosidad de una sofisticada relojera. Mezcla el
espionaje al más puro estilo de la KGB Sóviet, con originales descripciones de
escenografías y paisajes, de selvas tropicales y techos estucados con alto-relieves
de aves y motivos marinos que sirven como telón de fondo a un viaje que va
desde finales del siglo XIX, hasta la violenta y cruel realidad que nos está
tocando vivir.
Los crímenes simples es una
historia tremendamente actual, que explora lo incomprensible que es vivir
atrapado en una geografía, temporal y espacial, donde intentan convivir los
seres prácticos con los seres contagiados por el síndrome de Verlust.
Según nos podemos enterar en esta
segunda novela de Johanna Lozoya, los síntomas de este extraño síndrome, que en
alemán significa pérdida, fueron descritos hace décadas en un texto médico
sobre hipnotismo experimental y terapéutico, donde se afirma que, éste mal,
produce seres con desorientación crónica que, además, se encuentran sometidos a
una intoxicación onírica severa. Quien lo tiene –continuamos sabiendo conforme
avanzamos en nuestra lectura-, aprende a flotar en ensoñaciones, a viajar en
ellas, a perderse, e incluso a reconocerlas a simple vista entre los muchos
emponzoñamientos que habitan en el entorno… Yo me pregunto, les pregunto, ¿alguno de ustedes, asistentes
a la FIL, se siente identificado con este tipo de afección…? ¿Alguno de
ustedes, acaso, ha sentido aunque sea una sola vez en su vida, que después de
mucho tiempo de sufrir una dolorosa resistencia al olvido, las ensoñaciones le
conducen a un estado de ánimo deplorable e irreversible…? Pues yo les voy a
revelar algo sorprendente: si eso les ha pasado, lo más probable es que
ustedes, han sido irremediablemente contagiados por el síndrome de Verlust.
Mickey, nuestro principal
narrador en Los crímenes simples, junto con Leónidas, ha observado que quien
tiene el padecimiento, siente lo que es vivir en un estado perpetuo de visión y
le da por hacer actos de amor y compasión, y también afirma que, lo más
desconcertante de todo, es verse atrapado por una incontenible profusión a los
deseos.
Pero si por casualidad son
ustedes de los que sufren esta dolencia, no se sientan culpables por eso.
Gracias a Los crímenes simples nos hemos podido enterar que el romántico
ilustrado Anasim Kramskov, ahora mundialmente conocido como autor de las afamadas
notas húngaras, vivió y lo más seguro es que también murió bajo el capelo de
esa narcotizante enfermedad. Otra de las cosas de las que igualmente nos hemos
podido enterar por la novela de Johanna Lozoya, es que el gran duque de Rusia,
Pavel Petrovich, aquella lejana tarde de 1784 en que viajaba en su carruaje por
las calles de san Petersburgo con el extraordinario y único gabinete Roentgen a
cuestas, ya sufría las características ensoñaciones propias de ese trastorno, que,
por cierto, también producen un alejamiento de la realidad y, a la larga,
hastío, locura y desencanto. Según el testimonio que encontramos en esta
historia, podemos suponer que fue por el mal de Verlust que el Duque se
encontraba con la vista un poco perdida, mirando a través de la ventana de su
carruaje, cuando pasaron junto a aquella fábrica que tenía un árbol al frente
donde colgaba de una soga un hombre. Ante aquel cuerpo suspendido, lo que único
que pudo percibir nuestro trágico Pavel Petrovich, fue una espigada figura que
oscilaba lentamente mecida por los vientos nocturnos. ¿Se lo imaginan…?
Por fortuna, gracias al Conde N
que lo acompañaba en ese momento, tenemos noticias que ante aquella visión,
nuestro Duque apartó lentamente la mirada, y que su rostro, mudado frente a la
vista del cadáver, parecía aún más desencajado de lo habitual en el momento en
que se preguntó: ¿qué crimen habrá cometido ese hombre?
Pero no vayan a pensar que todos
los personajes que aparecen en esta excepcional novela están atrapados en el
síndrome de Verlust, no…, también existen otros como Elisa Barón, la pragmática
y calculadora cabeza de Visión Enigma, una importante agencia de noticias que
acaba de hacerse de un decodificador internacional que promete obtener
cualquier tipo de información; o Lenin Ramos, el hombre que transita, al
parecer sin demasiada dificultad, de la Rusia soviética de los años sesenta, al
capitalizmo -con zeta- rapaz de nuestros días.
Este personaje, Lenin Ramos
–nombre ruso, apellido hispanoamericano-, desde que era estudiante en la universidad
de Moscú a principios de los años sesenta, adquiere la conciencia de que su
inclinación a la practicidad le va a impedir tener acceso a un lado del mundo
que intuye más completo e interesante que el suyo. Lo sospecha porque lo ha
podido vislumbrar en su admirado maestro y mentor, el matemático Anasim
Kramskov, creador de las Nota húngaras y al mismo tiempo poseedor de la llave
que abre la puerta a la extraordinaria sabiduría que contiene el ambicionado
Gabinete Roentgen. ¿Se pueden
imaginar lo que se siente aspirar a ser otro al que admiran y al mismo tiempo
tener la consciencia de la imposibilidad de conseguirlo…? ¿Pueden suponer los
efectos que esa tremenda frustración puede causar en alguien, a lo largo del
tiempo? Pues ese es Lenin Ramos.
Desviándome un poco de lo anterior,
déjenme detenerme un momento para explicarles por qué, aún en nuestros tiempos
cibernéticos, ese legendario gabinete Roentgen es tan magnífico e irrepetible.
Como la mayoría de las cosas y personas preciosas de este mundo, casi desde el
inicio de su creaciòn ese mueble tan especial fue ambicionado, robado y
desmembrado. Por causa de él fue asesinado el gran duque de Rusia, Pavel
Petrovich, y también por saber sus secretos fue perseguido y juzgado nuestro
entrañable Anasim Kramskov, y ya en este siglo, por su influjo, traicionaron y
asesinaron a tiro de metralla a la gran Elisa Barón –algunos testigos afirman
que sus piernas quedaron como dos hilos de sangre, y que cuando eso sucedió
Leónidas estaba a cargo de su cuidado, y que pudo mirar sus ojos moribundos, y
que estuvo viendo con una desesperante pasividad como su jefa movía ligeramente
los labios en esos últimos momentos…, y que al final la escuchó escupir una
suerte de silbido y un borbotón de sangre. ¿Ya les va sonando familiar la
historia?
Pero ya me volví a desviar. No
entiendo cómo fue que acabé contándoles de la violenta muerte de Elisa Barón,
cuando apenas empezaba a explicarles en que consiste el Gabinete de Roentgen.
Vuelvo al tema. Citando a
wikipedia: El gabinete Roentgen es una máquina ilustrada construida en Alemania
en 1783 por David Roentgen, ebanista de una pequeña villa, para la corte
imperial rusa. También se explica en esta misma fuente que el gabinete guardaba
en sus entrañas un finísimo mecanismo de relojería que activaba complejos
engranajes, múltiples tabletas, y era un ingenioso ordenador de datos, de sus
causas y de sus efectos, al servicio del juicio imparcial frente a los más
básicos y complejos actos humanos, entre ellos los crímenes, que motivados por
el deseo o por el olvido, son los más simples de cometer entre los hombres.
En pocas palabras, el gabinete
Roentgen es una suerte de imparcial juzgador moral. ¿Cuánto nos haría falta en
este momento en México y el mundo tener un gabinete así para poder dormir en
paz? ¿No les parece?
Según datos recopilados en el
libro Los crímenes simples, el valioso mueble desapareció por décadas. En
tiempos de la guerra fría la KGB dedicó innumerables recursos a encontrar su
paradero. Fuentes no identificadas subrayan que el matemático ruso Anasim
Kramskov confiesa haber localizado su cascarón en 1956, en una tienda de antigüedades
de Pest, pero que para entonces ya estaba convertido en un cascarón. También se
ha llegado a saber que en sus entrañas de caoba, estaba grabada la palabra Verlust, como si se tratara de una clave
volátil o una llave.
No sé si he logrado transmitirles
la fascinación que me produjo leer esta interesante novela de Johanna Lozoya. Espero,
con esta breve lectura haber conseguido hacerles entrar aunque sea un poco al
mundo tan original y enigmático de Los crímenes simples, y espero también que
lo compren y lo lean. Les prometo
que al final va a quedar una sensación de haber conocido la ciudad gótica de
Batman y la selva tropical donde anida la araña roja lo mismo que las mafias; y
de haber visitado un antiguo palacio húngaro convertido en tienda de
antigüedades, viajado en un carruaje que da tumbos por las decimonónicas calles
del San Petersburgo y muchas cosas más, que no se las quiero contar pero que
los van a traer esas ensoñaciones que vienen en las primeras etapas de contagio
del síndrome Verlust.
Muchas gracias
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