martes, 5 de octubre de 2010

MARGUERITE YOURCENAR

"¿Qué pensamientos ocupan la mente de esta mujer de noventa y cuatro años que no sabe - no más que yo por aquel entonces - que le quedan cuatro meses de vida? Con el mismo gesto con que sus abuelos depositaban sus mortajas junto a la canastilla del niño en el momento del parto, ha deslizado en un cajón los textos que habrá que leer en un último homenaje en Union Church, en el centro de la ciudad. (...) El invierno pasado fue duro, enclaustrada aquí [ en la isla Mount Desert ] por la convalecencia... El que se anuncia estará  - así lo ha decidido - consagrado a los viajes. (...) ¿Terminará ¿Qué? La eternidad, el más agotador de sus libros, pues se había impuesto abordar por fin ese yo que ella fue? Es tan difícil delimitar lo que fuimos y la sustancia de que está hecha finalmente el alma... ¿Qué decir, por lo demás, de ese sí misma que escapaba de lo anecdótico para alcanzar lo impalpable?(...) No se pregunta si ha sido feliz. Ha dicho ya muchas veces que la felicidad es un subproducto que vuelve desabrida la existencia y obstruye los sentidos. Un prisma deformante que hace que el cielo sea más azul de lo que es y los seres mejores o más conscientes de lo que pueden ser. ¿Habrá escrito algún libro abrumada por la felicidad? ¡No! Ella lo que quiere es saber si su vida ha sido útil. "

Michèle Goslar,  Marguerite Yourcenar. Qué aburrido hubiera sido ser feliz, Barcelona, Paidós, 1998. ISBN 84-493-1307-4

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"Cuando yo muera, sé que mi sombra de anciana (si muero a una edad avanzada) irá simplemente a reunirse con mi sombra de niña, con mi sombra de adolescente, pronto con mi sombra de mujer joven, quienes ya me aguardan al otro lado del tiempo. Pero no me iré sola. Nos llevamos con nosotros toda una serie de fantasmas: todos aquellos a quienes amamos y que tal vez nos amaron. Muertos, una parte de nosotros sobrevive allá arriba, en unos cuantos corazones que aún laten al oír nuestro nombre: aunque vivos, nuestra vida se ha enfriado ya junto con las manos que no volverán a acariciarnos, se ha disuelto con los ojos que se cerraron sobre nuestra imagen. "

Marguerite Yourcenar, Serie de estampas para Ku-Ku-Hai, 1927
* en Marguerite Yourcenar, Peregrina y extranjera, traducción Emma Calatayud, Madrid, Alfaguara, 2002. ISBN 84-204-2611-3

"Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi cuerpo, descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, donde habrás de renunciar a los juegos de antaño. Todavía un instante miremos juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver...Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos ...

Budapest © Johanna Lozoya
Cuando considero mi vida, me espanta encontrarla informe. (...) Como suele suceder, lo que no fuí es quizá lo que más ajustadamente la define: buen soldado pero en modo alguno hombre de guerra; aficionado al arte, pero no ese artista que Nerón creyó ser al morir; capaz de cometer crímenes pero no abrumado por ellos. Pienso a veces que los grandes hombres se caracterizan precisamente por su posición extrema; su heroísmo está en mantenerse en ella toda la vida. Son nuestros polo o nuestros antípodas. Yo ocupé sucesivamente todas las posiciones extremas, pero no me mantuve en ellas; la vida me hizo resbalar siempre. Y sin embargo no puedo jactarme, como un agricultor o un mozo de cordel virtuosos, de una existencia situada en el justo medio. (...)

Pero el mayor rigor lo apliqué a la libertad de aquiescencia, la más ardua de todas. Asumí mi estado y mi condición (...) Si alguna vez me toca sufrir la tortura - y sin duda la enfermedad se encargará de someterme a ella -, no estoy seguro de conservar mucho tiempo la impasibilidad de un Trasea, pero al menos me quedará el recurso de resignarme a mis gritos. Y en esta forma, con una mezcla de reserva y audacia, de sometimiento y rebelión cuidadosamente concertados, de exigencia extrema y prudentes concesiones, he llegado finalmente a aceptarme a mí mismo. (...)

Cada hombre está eternamente obligado, en el curso de su breve vida, a elegir entre la esperanza infatigable y la prudente falta de esperanza, entre las delicias del caos y las de la estabilidad, entre el Titán y el Olímpico. A elegir entre ellas, o a acordarlas alguna vez entre sí."

Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano, 1951
* Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano, traducción Julio Cortázar, México, Editorial Hermes, 1981. ISBN 968-446-016-3

"El tiempo, entonces, dejó de existir. Era como si hubieran borrado las cifras en la esfera del reloj, y la misma esfera palideciese como la luna en el cielo cuando es de día. Sin reloj de pared (el que había en la casita ya no funcionaba), ni reloj de bolsillo (nunca lo tuvo), sin el calendario de los pastores colgado de la pared, el tiempo pasaba tan rápido como el rayo, o bien duraba eternamente. Salía el sol, luego se ocultaba en un lugar apenas distinto del día anterior, un poco más pronto cada tarde, un poco más tarde cada mañana. El alba y el crepúsculo eran los único acontecimientos importantes. Algo fluía entre ambos, que no era el tiempo, sino la vida. "

Marguerite Yourcenar, Un hombre oscuro, 1981
*en Marguerite Yourcenar, Como el agua que fluye, traducción Emma Calatayud, Madrid, Ediciones, Alfaguara, 1985. ISBN 84-204- 2220-7

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